miércoles, 29 de agosto de 2012

El Sendero Onírico 1 (Novela)


La brisa nocturna acaricia mi rostro mientras observó como la luz de la luna es eclipsada por los infinitos destellos que proyecta la insomne ciudad. Mientras me encuentro apoyado en el reborde de la ventana abierta de mi habitación oigo el leve susurro de la respiración de mi mujer dormida ya en nuestra cama. Siempre me he gustado ese sonido, como una melodía inconstante y extremadamente dulce que me recuerda que no estoy solo en la oscuridad de la noche. Sonrío y pienso en lo afortunado que soy, en mis dos maravillosos hijos que duermen en las habitaciones continuas y en la bastante generosa oferta de trabajo que recibí la semana pasada. Todo marcha sobre ruedas por fin, siempre he temido que nunca consiguiera alcanzar la felicidad que ahora siento, que algo fallará irremediablemente y mi vida se fuera al traste con la misma facilidad con la que el viento derrumba un castillo de naipes. Sin embargo, ahora sé que esa felicidad era posible, que todo aquello por lo que he luchado ha tenido su recompensa. Me acuesto al lado de mi mujer y al apoyar la cabeza en la cama siento el cosquilleo de las largas hebras de su moreno cabello que llegan hasta mi almohada. Su perfecto rostro yace dormido a mi lado, con tal inocencia y belleza que casi temo perturbarlo cuando muevo las sábanas para cubrirme.  El tacto frío de la almohada me produce un rápido escalofrío que sumerge todo mi cuerpo en un placentero deliquio, mientras observo silenciosamente los delgados y delicados labios de mi mujer. Cierro los ojos y dejo volar mi mente libremente mientras mi consciencia si diluye poco a poco en la apacible oscuridad del sueño. Por primera vez en mi vida no siento miedo.
Abro los ojos.  La luz del mediodía inunda la habitación mientras el bullicio de la calle se cuela por la ventana y despeja mi aún adormecida mente. La boca me sabe amarga y vuelvo  a sentir la ligera pero insistente presión en la sien que me acompaña cada mañana, como si una fuerza invisible golpeara los laterales de mi cabeza. Suspiro y giro mi cabeza para fijar la mirada en el blanco techo de mi habitación. La estoy esperando, como cada día al despertar desde hace ya demasiado tiempo. Mi corazón empieza a latir, primero suavemente, produciendo un extraño cosquilleo en mi pecho que tensa mis músculos y me hace sentir inquieto. Después el latido se torna más rápido, golpeando insistentemente mi esternón, como si dentro de mí alguien intentará escapar de la prisión de carne y hueso que lo ata en mi interior. Vuelvo a suspirar y una sensación parecida al dolor se extiende desde la zona pectoral a los más alejados puntos de mi ser, un latigazo que se propaga por cada fibra de mi cuerpo. Está aquí, la ansiedad, supongo que podría llamarla así, pero para mí ya no es una mera sensación, es un acompañante constante, una llama inextinguible que arde en mi pecho y me quema las entrañas, o, como pienso en algunas ocasiones dejándome llevar por mi lado más trágico y poético, una maldición de la que llevo mucho tiempo intentando escapar. Siempre, antes de que la ansiedad se asiente dentro de mí, antes siquiera de ser totalmente consciente de donde estoy y quien soy realmente, en los primeros segundos después de despertar, siento una calma total, como un recuerdo de aquellos días en los la única sensación que albergaba era algo de sueño y las ganas de empezar un nuevo día, una pureza antigua. Esos segundos  se alargan las mañanas como ésta, después de soñar algo tan dulce y tan aparentemente real como el rostro de aquella mujer que ocupo mis sueños antes de que despertara. Se supone que ella era mi bella esposa, que tenía dos hermosos hijos y un buen trabajo. Pero no eso lo que me fascina realmente cuando tengo este tipo de sueños, no una onírica mujer ni la ilusión de tener hijos a los que amar, lo que realmente me desgarra el alma cuando el sueño termina y vuelvo a despertarme en mi vacía habitación es que, por un momento, por un instante, volví a vivir sin miedo y, por un segundo, me atreví a pensar que jamás volvería a tenerlo.